Eran las 15 y casi todas las actividades de la ciudad se pusieron a dormir. La misma tranquilidad se sentía en el Bar Tokio Norte. Allí, sentada frente al televisor, estaba Amelia Higa, la dueña de este emblemático edificio que hace una semana celebró sus 100 años. “Estoy mirando un estreno”, dijo entre risas porque en la pantalla chica rodaban las imágenes de un filme de 1930. Los colores que abundaban eran el negro y el blanco, y como si eso tuviera que ver con el resto, se ponía a tono con el entorno. Hasta su delantal era negro con rayas blancas y se ponía en composé con el lugar que en cada rincón conserva intactas las huellas del pasado.
Cada día, bien temprano levanta las persianas, abre las enormes puertas y corre las cortinas. Prepara la máquina de café y acondiciona todo para esperar a sus clientes. Pasa allí la mayor parte de su día. Hasta las 19, luego acomoda todo, cierra las ventanas, baja las persianas, le pone llave a las puertas y se va a su casa, con la alegría de haber vivido un día más en aquel lugar que la vio nacer, crecer y sobre todo le enseñó el oficio. Al otro día la rutina se repite, pero ella lo hace con alegría y sobre todo con orgullo.
No recuerda la fecha precisa del día de la apertura, en realidad no consta en ningún papel, pero tiene la certeza de que el bar Tokio abrió sus puertas en mayo de 1915. Lo hizo en distintos lugares y su actual emplazamiento fue en 1938. “Comenzó a funcionar como Tokio Central cerca de la Plaza del Soldado donde estaba el Mercado Central, luego se trasladó a calle San Martín y era Tokio Sur, cuatro años más tarde se ubicó en la esquina de Crespo y Rivadavia, y en la década del 30 vino acá ya como Tokio Norte”, relató Amelia y recordó que los fundadores fueron dos japoneses Kaijara y Kamachi, quienes luego se lo vendieron a los hermanos Hirai. El papá y los tíos de Amelia trabajaban para esos hermanos, se fueron a Buenos Aires y cuando retornaron decidieron comprar el bar-café. Amelia ya nació en Santa Fe. Ella conserva los rasgos orientales porque sus papás y el resto de su familia llegó desde Okinawa, al sur de Japón. Amable, cordial, serena y muy servicial son algunas de las características que sobresalen a simple vista de esta mujer de casi 76 años.
Vivencias y recuerdos
Mientras trata de mantener un relato y contestar cada una de las preguntas, invita a observar las fotos colgadas en la pared que simula ser un santuario y donde cada una conserva una historia o anécdota. En ese momento dos cosas despiertan la atención y Amelia entre risas y una cierta cuota de picardía intenta explicar. Una es un gran espejo que no solo está intacto sino además posee una leyenda o mejor dicho una frase de una propaganda: “American Club cigarettes 35 centavos”, expresa y Amelia acota: “Esto refleja la estabilidad económica que había en aquella época. Quién puede hoy hacer una publicidad con el precio incluido”.
La otra intriga tiene que ver con el mobiliario. Mesas de una madera que hoy ya no existe, cucharas de alpaca, teteras de bronce de distintos tamaños una al lado de la otra como de colección, tasas de porcelana y ventiladores de mesa antiguos de color verde, dos por cada columna. Lo único moderno allí es un televisor de 20’’, en el que Amelia repasa la historia mirando películas de hace más de medio siglo. Pero lo más llamativo de todo son las cinco mesas de billar que allí duermen. Cuatro de ellas están cubiertas con un paño para evitar que se dañen y una está siempre habilitada por si alguien quiere jugar.
Sabe que no es un bar elegido por la juventud, pero está convencida de que allí vuelven a ser jóvenes los hombres que hoy tienen más de 80 años y concurren hace 60 para jugar al billar o al dominó. “Cuando nací, el Tokio Norte ya estaba. Me acuerdo que era chica y quienes venían eran hombres de traje y sombrero, muy bien vestidos. Enfrente (plaza España) estaba la parada de los colectivos interurbanos porque no había terminal y entonces siempre había mucha gente y además muy cerca estaba el ferrocarril cuyos empleados pasaban por acá para jugar al billar después de la jornada laboral”, recordó con cierta nostalgia.
Siguiendo con los recuerdos, agregó: “A diferencia de ahora, antes el bar estaba abierto las 24 horas. Mayoritariamente venían hombres de clase media, quienes en algunas ocasiones discutían por temas políticos pero sin llegar a la agresión verbal ni mucho menos, física”. También contó que el edificio tiene más de 100 porque “antes del bar Tokio Norte estaba el Cine París”. Amelia Higa siente melancolía cuando habla del Tokio Norte y los ojos se le llenan de lágrimas. Asegura que le daría mucha lástima verlo con las persianas cerradas y agregó: “No tengo hijos y mis sobrinos ya tienen otras ocupaciones y una vida formada. Se va a complicar mantenerlo en pie, por eso yo seguiré hasta el final”.
Hoy hace todo sola, desde las cuentas hasta las compras, la limpieza y hasta el mantenimiento del lugar. “En el caso de tener que cerrar no queda nadie en la calle y así abro cuando quiero, manejo mis horarios. Además tengo muy buenos clientes. Hay uno de 92 años que viene todos los días y otro de Santo Tomé que cada sábado llega desde allí a desayunar acá. Son todos de mucha confianza porque a veces voy a hacer un mandado y ellos me cuidan el bar. Son pocos los clientes pero muy buenos”, manifestó. Mientras tanto, acomodaba las centenarias sillas porque llega el momento de cerrar y esperar a que comience otro día más.
Luciana Dallagata / Diario UNO