Concepción Moreno / El Economista
Esta es la cosa con San Miguel de Allende: es un bello lugar. Si tuviera dinero me retiraría ahí y pasaría mis días en el Dean Martini’s Blues Bar, donde tienen todas las cervezas del mundo y alguna más, buena música y una televisión para ver partidos de americano.
Sí, bueno, bares lindos hay casi en cualquier lugar del mundo (desde mi punto de vista, al DF le faltan). Pero San Miguel es un lugar donde puedes salir a las 3 am sin temer nada, excepto que te tropieces con un pedazo de cantera antigua.
Además, en San Miguel, tan lleno de gringos artísticos, es una gran pequeña ciudad en la que puedes aprender de todo. Tiene el Instituto Allende, una escuela de artes visuales en toda regla. Por cierto, el Instituto es la razón de tantos sexagenarios estadounidenses (y cada vez más jóvenes) en el lugar. En la década del 50, Stirling Dicikinson fundó el Allende para dar clases de arte a los veteranos de la Segunda Guerra mundial. Muchos vinieron y encontraron ahí la paz. Hoy, en San Miguel hay todo tipo de talleres, seminarios y cursos, festivales, certámenes y centros culturales.
Spencer Tunick, el fotógrafo, es uno de los que encontró en la ciudad (¿pueblo urbanizado, ciudad apueblada?) una comunidad fecunda.
¿Se acuerdan de Tunick? Es el tipo que viaja por el mundo fotografiando desnudos multitudinarios. En el 2007 en el DF llenó el Zócalo de miles cuerpos sin ropa, una acción sin precedentes entre los más bien pudorosos chilangos. ¿Pudorosos? Si varios de mis amigos fueron. Jesús, yo no, me ganó la muy judeocristiana vergüenza de mi cuerpo.
Pero a eso se dedica Tunick, a romper con el tabú del desnudo. Cuando se hace comunal algo se rompe, ciertamente. Es una cosa muy igualitaria, comunitaria, diría yo. Como que se acepta que el cuerpo no tiene que ser perfecto: de hecho, es perfecto tal como es, varices y todo.
Este fin de semana Tunick dará un seminario en El Nido, un espacio de creación y aprendizaje recién fundado en San Miguel de Allende (ayer dimos cuenta de la inauguración en Arte, ideas y gente).
Como ser reportera tiene sus privilegios, pude disfrutar de una pequeña prueba de lo que será el taller, que dura dos días y cuesta 2,000 pesos (la vida en esta primorosa ciudad es cara). En el taller los alumnos tendrán el chance de verlo en acción tomando desnudos individuales y de pasar casi esos dos días completos conversando con él.
La introducción es un relato muy personal de cómo se hizo fotógrafo y es fantástico: Tunick comenzó como fotógrafo de vacacionistas en el estado de Nueva York. ¿Conocen esos clubes de vacaciones que hay en Estados Unidos donde todos los que van parecen ser judíos, ancianos, clasemedieros o todo a la vez? Tunick los retrataba en el comedor, o haciendo alguna actividad vacacional. Un asunto ridículo: ¿qué tiene de artístico y de personal una abuela con dentadura postiza luchando con bistec?
Tunick nos enseñó las fotos (un negocio heredado de su padre, por cierto): son tiernas, divertidas, espeluznantes. “Mi inspiración era Diane Arbus”, nos dijo, y se nota.
Tunick, quien nos aseguró que no era un trust fund baby, un niño rico con mucho tiempo libre. Empezó a interesarse en el desnudo como forma y como rebeldía. El curso se podría llamar “Cómo desnudar extraños en 15 segundos”.
Recorría la ciudad de Nueva York, dónde más: en cafés y bares reclutaba a sus modelos. La oferta: posa para mí unos minutos y te quedas con una copia de la foto. Increíblemente, muy pocos se le negaban. No había dinero, sólo la excitación de estar desnudos con otros.
Cuerpos de todo tipo, de casi todas las edades. Posando como esculturas clásicas, tomando formas abstractas. Tunick canalizaba a Picasso, a Degas, a los dioramas del Museo de Historia Natural, en sus modelos desnudos. Son fotos gloriosas. Nada mal para un fotógrafo de turistas.
Una de las placas más impresionantes es el de un desnudo colectivo en el pavimento de la Primera Avenida de Nueva York en la madrugada. Es una cadencia de piel, aunque suene cursi.
Pasaba que, cuando se fue haciendo famoso, la policía llegaba a los sitios de las fotos. Iban ya con camionetas, para subir a todo mundo, vestido o desnudo. Dice Tunick que uno de los aprendizajes más importantes es saber cómo lidiar con las autoridades. El verdadero artista no pide permiso. Eso digo yo.