Un empate peligroso

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Sunrise es, básicamente, una serie de pequeños barrios alrededor de un par de autopistas y decenas de amplísimas avenidas. Queda dentro del Condado de Broward, cerca de Fort Lauderdale y a 40 minutos del Downtown de Miami; 40 minutos en auto: supongo que habrá algún transporte público en la zona, pero no parece ser el gran negocio por desarrollar en la comarca. El tiempo muerto se pasa entre el Sawgrass Mills, un outlet gigante donde los locales se reparten en avenidas, y el Aventura Mall, menos económico y casi tan amplio.

Mientras descifro si sobresale más la calma que la chatura, intento comprender por qué para Sunrise esta Copa Davis entre la Argentina e Israel es el gran acontecimiento deportivo de su historia. Es cierto que en este lado de la Florida no se parece a esos barrios donde la memoria de Tony Montana sólo se opaca con una imagen olvidada de Wim Wenders. Pero de ahí a darle semejante entidad a este repechaje de la Davis…

Una serie inverosímil. No necesariamente por lo tenístico.

De por sí ya es extraño que dos equipos representen a su país en un lugar que queda a 9 horas de vuelo del visitante y a 14 horas de vuelo del local. La ecuación podría haber sido la misma si hubiesen jugado en Delray Beach o en Key Biscayne, es decir, en una sede con un estadio de tenis y no en un club de tenis donde lo único que permitía imaginar un partido profesional de esta magnitud era la buena intención de su gente.

Esta serie jamás se debió haber jugado aquí. Por lo exagerado que resulto desplazar una localía al otro lado del planeta. Porque a la cancha utilizada le falta un metro de fondo de cada lado para ser reglamentaria. Porque la televisión no tuvo tribunas para instalar la cámara principal de las, apenas, cinco utilizadas (apelaron a una grúa para lograr el tiro de imagen necesario). Porque la prensa no dispuso de un mínimo servicio de internet inalámbrica para informar y estar informado. Porque para transmitir el partido hubo que inventar una cabina que padeció, hasta ahora, tres contratiempos: se vino abajo con la tormenta matutina, se inundó con la lluvia que interrumpió el segundo singles, y hubo que instalarla en un sector desde el cual sólo se llegaba a ver poco más de la mitad de la cancha.

Nada grave, podría decirse. Pero por mucho menos que esto la Federación Internacional de Tenis fastidia y exige hasta el hartazgo a los organizadores cada vez que se juega una serie en casa. Y, usted sabe. Entre la bondad, la tolerancia y el papel de boludo sólo media la voluntad del interlocutor.

Además, Leo Mayer ganó el primer single. Fue un mal partido que el correntino ganó en los dos sets finales con la autoridad que debió haber impuesto desde el comienzo. Si tomamos en cuenta que, en esta instancia de la Davis, no existe un adversario de peor ranking que Bar Botzer (776 del ranking mundial), haber sufrido el partido más que jugarlo resultó desalentador. Porque además de lograr el obvio 1 a 0, el partido servía para medir el tenis –y especialmente, el ánimo– de Mayer camino a un eventual cruce de domingo con Sela. No es un tema menor contemplando la posibilidad –esperemos que nula– de que ese cotejo nos encuentre match point en contra.

Lejos del título en Hamburgo, de los octavos de Wimbledon y de un magnífico y meritorio 25º puesto en la clasificación, Mayer mostró muchas de las dudas que, hasta hace poco, le hicieron perder partidos ante rivales muy inferiores. Potente, decidido y variado en los momentos de lucidez, Mayer tiene un cierto poder autodestructivo cuando los planetas se le desordenan. Esa instancia, que se vio superada en buena parte del año, reapareció peligrosamente ayer. Seguramente habrá influido especialmente esto de tener que abrir la serie ante un rival ante el cual ni siquiera ganar merecería demasiados elogios. Difícil evitar ciertas dudas. Quedémonos, entonces, con el punto que sumó.

Antes y, fundamentalmente, después del tormentón que lo mojó todo, Berlocq jugó un partido muy en su universo de Copa Davis. En poco más de una hora, todos comprendimos por qué Israel eligió jugar sobre cancha dura. Sela, versátil, veloz, sutil y constante se apoltronó sobre un 6-3 y 3-0 con dos quiebres de ventaja que pareció ser su condena.

Berlocq, que durante ese rato se ilusionó vanamente en que el cemento se hiciera aunque sea un poquito cargo de esa parábola que enloquece rivales inadvertidos sobre polvo de ladrillo, entendió que era marchar irremediablemente a una derrota con aroma a paliza.

Salió de la silla dispuesto a pegar duro, a arriesgar todo cuanto fuese posible. Y aún más. Pese a que de a ratos su tenis pareció de una agresividad impostada –antinatural–, emparejó el set en el décimo game, lo ganó en el tie-break –otra vez desde 0-3– y quebró pronto en el tercero. El mismo Berlocq que se aferró a un argumento, a una actitud sin un marcador que lo respaldase para dar vuelta el encuentro se desactivó sin que Sela hiciese nada extraordinario. Quince minutos más tarde, el israelí volvía a la silla dos sets a uno y recuperando gran parte de su juego dúctil que parece tener tiempo para todo.

La crónica de lo que quedó de juego no difiere demasiado del resto de los buenos momentos de Sela. Berlocq siguió peleando, apoyándose en el público, en su banco y en su corazón, pero aun en un territorio de tremendas batallas como es el de la Copa Davis, a veces gana el que mejor juega, el que mejor sabe jugar según la superficie. Poco que reprocharse. Y una temporada en canchas duras que lo dice todo: seis derrotas y ninguna victoria. Es decir, todos traspiés y muy pocos partidos jugados.

Para la bitácora quedarán las provocaciones que hicieron un par de israelíes desde las cabeceras al hombre de Chascomús. Uno resulto ser un dirigente de la federación rival, quien hasta fue el encargado de poner al aire a los singlistas israelíes para la televisión de su país. Otro, un conocido suyo que terminó la noche insultando a familiares de un integrante del equipo argentino que le reprocharon su actitud. Un clima poco promisorio para la previa de hoy, con un dobles con mucho sabor a decisivo. De un lado, la sapiencia, la historia y la jerarquía del uruguayo Ram y el argentino Erlich. También, la veteranía –Ram jugará hoy su último partido oficial–; en esa condición tratarán de imponerse Zeballos y Delbonis, en un choque de antecedentes sin equivalencias.

Ojalá Sunrise termine siendo una dulce anécdota en la historia del tenis argentino. Por el momento, sigo sin entender qué hacemos acá si no tenemos ni a Fontanarrosa ni a Soriano para explicarlo. Al menos con el sentido del humor que ya no tengo. Que, en realidad, nunca tuve.

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