Tremendo: La historia de la mujer que le regaló un trío a su novio

En la actualidad, cada vez más parejas se animan a provocar
cosas nuevas
y, con el paso de los años, la cabeza de los más jóvenes se fue
abriendo a modo tal de que algo inusual o extraño década tras, hoy  empieza a ser visto de otra manera. A continuación
te mostramos la historia de una mujer que le regaló al novio su fantasía más deseada,
un trio.

Situación: tu novio y tú platican a calzón quitado,
entrepernados, sobre las fantasías de cada uno. Él, por supuesto, como la
mayoría de los hombres, siempre ha querido un trío, pero nunca lo ha
hecho. O por lo menos eso te dice. Yo, por mi parte, quería ir a un
bar swinger. A él no le pareció tan atractivo, pero la esperanza es lo último
que muere. Como sea, yo, como la novia alivianada que soy y con la única
intención de complacerlo, dije: hagamos el trío. Solamente puse tres condiciones:
que yo reclutara a la otra chica, que fuera una extraña y que lo hiciéramos en
un hotel.

Me di a la tarea durante semanas de escanear a las
mujeres que asistían a los eventos a los que íbamos juntos. Una noche en un
bar, una chava que iba con mi amiga se sentó junto a nosotros y echamos un
trago casual. Entre sutil y coqueta, le dije que estaba superlinda, le elogié
el cabello y los tacones, también le hice entender que nos había caído
perfecta. Le eché a mi novio la mirada 33 (esa de “ya la encontré”) y
supe por su expresión que le encantaba la idea. La mujer era atractiva,
sonriente y tenía voz ronca.

La invitamos a seguir la fiesta, porque eran pasadas las
4:00 de la mañana y el bar ya estaba muerto. Ella dijo “arre”, por lo
que entre otros detalles deduje que era del norte de México. Como sea, entendió
enseguida el rollo y de lo más natural tomamos los tres un taxi al
departamento de mi novio. Ahí rompí una de mis propias reglas, la del hotel. El
emocionado y afortunado anfitrión sirvió otros tragos y puso música. Empezamos
a cantar, nos reímos un poco de nervios y, cuando menos lo planeamos, ya
estábamos cada uno en nuestro papel.

El juego inició entre ella y yo, él observaba con brillo
en los ojos desde otro sillón. La parte más sencilla, por así decirlo, fue
besarnos, de ahí se desprendió lo demás. Siguió el cachondeo y aún con ropa
trazamos ambas nuestras curvas. Mi novio, excitado e impaciente, esperando
alguna señal para integrarse al juego, sacó de un cajón un par de vibradores y
nos los dio. A las dos se nos iluminó la cara, ese camino ya era conocido. Ahí
se terminó de prender la escena. Él comenzó a deshacerse de nuestras
prendas con los dientes; las mías primero, claro está.

De alguna manera noté que ellos dos, aun sin conocerse,
se coordinaron sin palabras para complacerme a mí, cosa que agradezco porque
estuvo increíble. Ambos tocaron mis puntos eróticos y eso desvaneció todos mis
prejuicios. El resultado fue que, lejos de sentirme celosa o en conflicto,
gocé muchísimo, recibí caricias en todos lados. El roce con otros dos cuerpos
fue una sensación nueva y fascinante. El resto se lo pueden imaginar.

Si tuviera que calificar esa noche le pondría cinco
estrellas. Después de lo que pasó, dormí como ángel, con una sonrisa en el
rostro. Solo diré que les recomendaría ampliamente la experiencia a todas las
parejas.

Mi plan era enviar a nuestra invitada a su casa en un
taxi antes de que amaneciera. Básicamente, tenía celos de que
compartiera nuestra cama y de que mi novio la viera de día y le fuera a
gustar más que yo, con mis ojeras y el pelo esponjado. Pero tardamos tanto que
el sol salió —segunda regla que rompí— y ella quiso irse antes de que pudiera
ser incómodo para alguno de los tres. Fue lo mejor, considerando que una vez
que te pones la ropa, te conviertes en la persona que normalmente eres: llena
de juicios, de pudor y de conciencia sobre lo socialmente correcto. Además, ya
se nos había bajado la borrachera.

No pasó más nada con la norteña. Tan frescos nos dijimos:
“Estuvo chingón, cuídate”. Lo que sí ocurrió fue que una mujer quedó
enteramente satisfecha y un hombre, muy agradecido; la sensación fue de
gratitud recíproca. No es tan difícil complacer a tu hombre, basta con
apapacharlo, no armarle pedo por todo, tomar la iniciativa de vez en cuando y
sorprenderlo, especialmente sorprenderlo.

Fuente: www.soho.com

 

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